“No se nace mujer: llega una a serlo”. La desafiante y esclarecedora definición le corresponde a Simone de Beauvoir. Mañana se cumplirán 107 años del natalicio de la filósofa y novelista francesa, cuya obra (además de ser un punto de partida teórico para incontables grupos feministas) es un clásico ineludible del pensamiento contemporáneo. Particularmente, El segundo sexo (1949). “En este texto elaboró una historia sobre la condición social de la mujer y analizó las distintas características de la opresión masculina. Afirmó que al ser excluida de los procesos de producción y confinada al hogar y a las funciones reproductivas, la mujer perdía todos los vínculos sociales y con ellos la posibilidad de ser libre”, sintetiza el proyecto Cultura Colectiva. “Analizó la situación de género desde la visión de la biología, el psicoanálisis y el marxismo; destruyó los mitos femeninos e incitó a buscar una auténtica ‘liberación’. Sostuvo que la lucha para la emancipación de la mujer era distinta y paralela a la lucha de clases, y que el principal problema que debía afrontar el ‘sexo débil’ no era ideológico sino económico”, resume el espacio de jóvenes artistas mexicanos.
La víspera del cumpleaños del “amor necesario” de Jean-Paul Sartre es propicia para recordar una de las noticias más inquietantes del todavía cercano 2014, cuya proyección excede largamente ese calendario: el ránking de “Los mejores países del G20 para ser mujer”. El estudio de la Fundación Thomson Reuters toma en cuenta la posición que ocupa la mujer en cada uno de esos 19 países que conforman el grupo de las mayores economías del mundo, así como el acceso a la sanidad, la violencia generalizada y la impunidad, la participación en la política, las oportunidades laborales, el acceso a la educación y la propiedad, el tráfico y la esclavitud de las que ellas pueden ser víctimas.
La Argentina se ubicó en el exacto medio de la tabla: el puesto número 9. Distante de la India (un “infierno” de infanticidio, matrimonio infantil y esclavitud); pero lejos, también, de Canadá (un “paraíso” de políticas públicas de promoción de igualdad de género, de protección contra la violencia y la explotación, y de acceso a los servicios de salud).
Esa ubicación angustiante, a la misma distancia del escarnio y de la gloria, del horror y de la celebración, nos interpela no como hombres ni como mujeres, sino como sociedad. La tesis central de Beauvoir es que “la mujer” (o, más exactamente, lo que sea que entendamos por “mujer”) es un producto cultural, construido socialmente.